Japón

Entre las diversiones de todo tipo que se importaron a Japón desde el continente -de China o de Corea- alrededor del siglo VIII, figuran espectáculos bastante rudimentarios de marionetas. Doscientos años más tarde hay referencias en textos que hablan de artistas nómadas, los kugutsu-mawashi, que en sus espectáculos presentaban pequeños muñecos articulados de madera o de barro.

Será a partir del siglo XV cuando encontremos a los kugutsu asociados a una forma de propaganda religiosa y vemos que algunos monjes se acompañan de artistas para ilustrar sus sermones. Pronto los muñecos se utilizaron para acompañar relatos profanos derivados de la declamación épica surgida en el siglo XIII. Esta recitación épica conquistó a un gran público que reclamaba constantemente nuevas historias. Los recitadores imaginaban nuevos episodios cada vez más legendarios y así nació hacia finales del siglo XVI una larga novela pseudo-histórica, “La historia en doce episodios de la doncella Jôruri”, que era el relato de una aventura imaginaria del ilustre capitán Minamoto no Yoshitsuné. Esta interminable novela consiguió un éxito extraordinario y todos los relatos de este género respondían al nombre de jôruri. Muy pronto los recitadores introdujeron las marionetas en sus espectáculos y la técnica de hilo sustituyó a la de guante desde ese momento.

La asociación de los tres elementos -la declamación, los muñecos y un tipo de guitarra llamado shamisen- dio lugar a la creación del famoso teatro de marionetas de Osaka, hoy conocido con el nombre bunraku.

Según la tradición, la primera sala se habría fundado en 1630 por Ménukiya Chôzaburô; muy pronto se constituyeron otras compañías que abrieron nuevas salas, empezando a expandirse este arte. Pero fue con la llegada de Takémoto Gidayû (1651-1714) cuando esta forma teatral consiguió un verdadero reconocimiento; reestructuró dramáticamente el espectáculo y consiguió que el gran dramaturgo Chikamatsu Monzaémon compusiera más de un centenar de piezas, con las que el teatro de marionetas se convirtió en el género clásico por excelencia del teatro japonés.

Después de la desaparición del dramaturgo, fue imprescindible aportar algo nuevo que retuviera a los espectadores, ya que estos comenzaban a preferir el kabuki -teatro de actores-. Esta fue la misión de Takeda Izumo (1691-1756), el nuevo director de Takémoto-za, el cual cogió algunos de los elementos del kabuki para dotar a las marionetas de un carácter más espectacular. La innovación más fecunda, por la que las marionetas japonesas son un arte único en el mundo, fue la transformación radical de la técnica de animación por el maestro Yoshida Bunzaburô. Él introdujo la “animación a tres”, donde un maestro y dos ayudantes dan vida a una única marioneta. La presencia de tres manipuladores permite una gran complicación técnica en las marionetas y una precisa ejecución en sus movimientos.